La blonde de la propreté

“...Era una multitud de ideas tardìas y confusas que conmovìa
hasta lo màs profundo de su habitual existencia...”
-Hesse-

Hoy alguien vino a salvar algo mìo.
Hoy alguien optò por la reivindicación.
Su actitud marcò en mi rostro las làgrimas ahogadas
de algùn lamento antiguo fuera de mi alcance hasta el momento.
Fueron pocas palabras, pero como en un filme, reviso cada paso dado hasta el encuentro de sus inesperadas disculpas.
Ella me pide humilde indulto por un hecho cuasi absurdo,
algo que en mì no habìa producido mella alguna, pero solo atinè a decir un gracias apenas audible cuando se me obligaron làgrimas empañando la imagen de esos ojos egipcios de naturaleza resignada y llorar con un llanto de esos que apagan las penas de los niños.

Que alguien fuese capaz de reivindicar con simples palabras, a algunos otros hechos de otros anònimos del pasado es algo que aùn no sabe...ni sabrà.
Lo que si sabe -que pudo adivinar por sobre mi gesto-
fue que habìa sido dueña de un milagro sanador para mì, de una consolaciòn profunda para mi propia historia.
Hoy quiero escribir por esta persona sencilla que apenas tuvo algùn tipo de roce conmigo hasta ahora, una persona sin vìnculo alguno, apenas cruzadas las miradas para un cordial saludo matinal o alguna sonrisa tiernamente huidiza al paso.
Quizà ella, ya habìa captado en mì la singular atracciòn o simpatìa que me despertaba,
ya que siendo en cierta manera, vista por mì como un ser menospreciado por el resto, se me daba por demasiado cortès y amable.
No asì conmigo aquella vez, en la destemplada mañana, en la que fui blanco de su afrenta y groserìa como desatadas por el huracàn de su injusta y sencilla vida, de los desdenes deportados de los otros, de los frìos desprecios de unos cuantos.
Hoy viene hacia mì entre la multitud, esta mujer de mirada extrañamente grata, atraviesa el hùmedo patio, y ofrece sus disculpas –aùn intento comprender-.

No pude reprimir el llanto, después volvì a bajar los ojos, de pie junto a la mesa, embargada de una emoción inexplicable y unos ojos agarrotados en la escena.

Enmudecì estremecida, y para mis adentros brotò la mùsica final de una funciòn de despedida.

Yo tomo en mì su sagrada mirada y he vuelto a vertir conmovedoras y turbadas làgrimas, abriendome al milagro, despertando a una claridad indecible, sosegada.
Nadie entendiò mi llanto, las disculpas son un tanto menospreciadas
tal como la gratitud ejercida que se ha de tomar frecuentemente como una debilidad...

Han sido actitudes hacia mì pendientes, guardadas en los arcanos espirituales de siempre-un-nadie, de aquellos que aùn se creen que no hay que exigirse a sì mismos, sino sòlo requerir a los demàs todo aquello de lo que no somos capaces.

Si, amigos “creo que el dolor y la alegrìa manan de la misma fuente, que son momentos de un mismo impulso y compases de una misma mùsica, tan necesarios y hermosos el uno como la otra.”
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